Así lo señalaba Juan Wesley, en 1739 en Londres, a las personas que parecían estar profundamente convencidas de su pecado y verdaderamente deseosas de su salvación. Así se originó la Sociedad Unida, primero en Europa y después en América.
Era visión, que todos los que continuaban en las Sociedades manifestaran su deseo de salvación:
PRIMERO:
No haciendo daño, evitando toda clase de mal,
especialmente los más comunes, tales como:
– Tomar el nombre de Dios en vano;
– Profanar el día del Señor, ya haciendo
en éste trabajo ordinario, ya comprando o vendiendo;
– Embriagarse, comprar o vender bebidas
alcohólicas o beberlas, excepto en caso de extrema necesidad;
– Comprar, vender o poseer esclavos;
– Pelear, reñir, alborotar, pleitear
entre los hermanos; volver mal por mal, maldición por maldición; regatear en
las compras y ventas;
– Comprar o vender efectos que no hayan
pagado los derechos;
– Entregar o recibir efectos a usura, es
decir, a interés ilegal;
– Conversar frívolamente o sin caridad,
particularmente si se habla de los magistrados o de los ministros;
– Hacer a otros lo que no quisiéramos
que ellos nos hicieran;
– Hacer lo que sabemos no conduce a la
gloria de Dios, como:
·
Ataviarse
con oro y ropas lujosas.
·
Tomar
parte en diversiones tales que en ellas no podamos invocar el nombre del Señor
Jesús.
·
Cantar
aquellas canciones o leer aquellos libros que no tiendan al conocimiento ni al
amor de Dios;
·
Llevar
una vida voluptuosa o demasiado regalada;
·
Amasar
tesoros sobre la tierra;
·
Pedir
prestado sin la probabilidad de pagar o recibir efectos a crédito sin la misma
posibilidad.
SEGUNDO:
Haciendo lo bueno; siendo misericordiosos de cuantas
maneras les sea posible, y haciendo toda clase de bien conforme tengan
oportunidad, y en la medida posible, a todos los hombres.
A
sus cuerpos, según su posibilidad que Dios les da, dando de comer a los
hambrientos, vistiendo a los desnudos, visitando y socorriendo a los enfermos y
a los encarcelados;
A
sus almas, instruyendo, reprendiendo o exhortando a todos aquéllos con quienes
tenemos relaciones, no dando oído a aquella máxima fanática que dice: No hemos
de hacer bien, a no ser que a ello nos impulse nuestro corazón:
Haciendo bien, especialmente a los que son de familia de fe o a los que gimen
con el deseo de serlo; empleándoles de preferencia, comprando los unos de los
otros, ayudándose mutuamente en los negocios; y tanto más, cuanto que el mundo
amará a los suyos, y a ellos únicamente.
Practicando toda la diligencia y frugalidad posibles, a fin de que el evangelio
no sea vituperado;
Corriendo con paciencia la carrera que les es propuesta, negándose a sí mismos,
y tomando su cruz diariamente; sometiéndose a sufrir el vituperio de Cristo, y
a ser como la hez y el desecho del mundo; sin extrañarse que los hombres digan
de ellos todo mal por causa del Señor, mintiendo.
TERCERO:
Asistiendo a todas las ordenanzas de
Dios que son:
–
El culto público de Dios;
–
El ministerio de la Palabra, ya
leída o explicada;
–
La Cena del Señor;
–
La oración privada y de familia;
–
El escudriñamiento de las
Escrituras;
–
El ayuno o abstinencia.
Estas
son las Reglas Generales de nuestras sociedades; todas las cuales Dios nos
enseña a observar en su Palabra escrita, que es la regla única y suficiente,
así de nuestra fe como de nuestra práctica. Sabemos que todas ellas su Espíritu
las escribe en los corazones verdaderamente despiertos.
Si
hubiera entre nosotros alguno que no las guardare, algunos que habitualmente
quebrantare cualquiera de ellas, hágase saber a quienes vigilan aquella alma,
puesto que tienen que dar cuenta de ella. Le amonestaremos respecto del error
de su camino, le soportaremos por algún tiempo; más si no se arrepintiere, ya
no tiene lugar entre nosotros. Hemos librado ya nuestras propias almas.
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